Hemos vistos en noches
largas de invierno, a muchos niños hambrientos y desnudos, vagar por las calles
de las grandes ciudades, buscando angustiados un refugio donde pasar la noche.
Los hemos visto abrigados con papeles sucios en las afueras de las lujosas
metrópolis. Todavía llegan a nuestros oídos aquellas palabras inocentes de
estos infelices: "Hermanito... tapémonos bien porque nos hace daño la
luna..." pobrecitos... pobrecitos... pobrecitos...
Para ellos no existen los
flameantes cochecitos que tanto alegran a los niños bien, para ellos no hay
juguetitos, ni fiestas navideñas, para ellos no existe una palabra piadosa que
diga ¡hijito mío! Cuando estos pobres niños de la calle llegan a una lujosa
mansión solicitando un pan, ladran los elegantes perros mejor cuidados que
ellos, y el ama de casa les arroja a la puerta diciendo: "vagabundos, a
trabajar, ¡no molesten!, si ustedes siguen molestando llamaré a la policía para
que se los lleven".
A veces los grandes
señores les arrojan una moneda, o las damas elegantes que orgullosas transitan
por las calles les dan un pan o un dulce sintiéndose después inmensamente
satisfechas de su gran caridad.
Hemos visto a estos
pobrecitos niños de la calle huyendo desesperados del gendarme que los persigue
para llevarlos a la cárcel o en el mejor de los casos a un asilo de huérfanos
semejante a una cárcel de la peor calidad. No existe compasión para los
infelices niños que huérfanos ambulan hambrientos y desnudos por la calle. Para
ellos no hay lujosos colegios, ni bellos vestidos.
Realmente la crueldad que
cada ser humano lleva dentro, se expresa fuera como falta de legítima caridad
para los desamparados. El individuo es cruel y malvado, y así es la sociedad
que el mismo ha creado. ¿Cuándo será el día en que grupos de damas y caballeros
verdaderamente caritativos se asocien para brindar a estos niños pobres,
elegantes y bellos hogares infantiles? ¿hermosos colegios? ¿Y resplandecientes
comedores? ¿Cuándo? ¿Cuándo? ¿Cuándo?.
Sólo cuando cada individuo
se haga consciente de su propia crueldad, sólo cuando comprendamos que somos
egoístas y crueles. Necesitamos no justificar la crueldad. Necesitamos no
condenar la crueldad. Si justificamos la crueldad entonces la reforzamos. Si
condenamos la crueldad entonces ésta desaparece de la superficie mental y se
sumerge dentro de las profundidades de la mente asumiendo nuevas
características y formas de expresión. Es indispensable comprender
profundamente la crueldad en todos los niveles de la Conciencia. Sólo así
desaparecerá la crueldad, sólo así nacerá en nosotros en forma clara y
espontánea algo nuevo: ese algo es la verdadera caridad consciente.
Es indispensable que
grupos de personas verdaderamente caritativas se asocien para trabajar por la
niñez desamparada y afligida. Sólo así es posible brindar a estos pobres niños
pan, abrigo y refugio. Sólo así es posible abrir lujosos colegios para estos
niños desamparados. Estos bellos niños son también seres humanos. Ellos no son
menos que nadie, son tan humanos como los niños ricos, son tan bellos como los
hermosísimos niños elegantes. Tienen los mismos derechos de los ricos y la
sociedad debe reconocerles sus derechos. La crueldad para con estos niños no
admite justificación.
Los devotos de todas las
religiones, los hermanos de todas las escuelas, ordenes, logias y sociedades
ocultas pueden tomar la iniciativa y asociarse para resolver este problema de
la infancia desamparada.
Ha llegado la hora de
practicar la caridad enseñada por los maestros y sacerdotes de todos los
tiempos. Las palabras que se dijeron entre el arrullo de las palomas bajo los
sagrados pórticos de todos los templos, deben ahora convertirse en realidad
concreta.
La caridad consciente es
el bálsamo milagroso que puede consolar nuestro adolorido corazón.
Cuán doloroso es ver a los
niños pobres y sucios, miserables y descalzos andando por las lujosas calles de
las metrópolis. Los miembros de todas las religiones, los devotos de todas las
sectas, los obreros de todas las fábricas, la gente de todas las industrias,
deben asociarse y trabajar por estos infelices.
Samael Aun Weor, "EL Cristo
Social"
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